Casi un siglo y medio después volvió a resurgir cómo opción ante los costos ambientales de los vehículos de combustión.
Establecer cuál fue el primer vehículo eléctrico y quién fue su inventor resulta un tanto complicado. Esta hazaña la disputan Ányos Jedlik, Thomas y Emily Davenport, Sibrandus Stratingh, Christopher Becker y Robert Anderson.
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La mayor parte de los historiadores coinciden en que fue este último el inventor de lo que se podría considerar el primer vehículo eléctrico de la historia en 1839. Se trataba de un carruaje que, equipado con un motor eléctrico alimentado por una pila de energía no recargable, alcanzaba los 6 km/h.
Poco tiempo después, gracias a las mejoras en el diseño y funcionamiento de los acumuladores realizados por los ingenieros franceses Gaston Plante y Camille Faure, aparecieron las primeras baterías recargables, lo que hizo que los vehículos eléctricos pudieran competir en autonomía y en otras prestaciones con los vehículos de vapor existentes en la época.
En 1899 el piloto Camille Jenatzy, a bordo de su descapotable eléctrico, La Jamais Contente, batió el record de velocidad alcanzando los 105 kilómetros por hora. Ya en la primer década del siglo XX se decía que los vehículos podían alcanzar los 130 km/h.
A pesar de que los vehículos de combustión interna aparecieron al rededor del año 1890, estos no eran tan populares como los eléctricos, ya que por ese entonces eran ruidosos, sucios y el sistema de arranque, por medio de una manivela, resultaba incómodo, sobre todo para las clases altas, quienes eran quienes podían costear ambas clases de vehículos.
Fue hasta empezada la segunda década del siglo XX, gracias a la incorporación del sistema de motor de arranque y de la producción en masa del modelo Ford T, ambas iniciativas de Henry Ford, y a la necesidad de aumentar la autonomía de los vehículos para su uso en la primera guerra mundial, combinado con una baja en los precios del petróleo, que los vehículos de combustión empezaron a ganar terreno ante sus pares eléctricos.
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Esta tendencia ya no se pudo revertir y se tuvo que esperar hasta la crisis del petróleo de la década de los setenta del siglo pasado para que el interés por la electricidad como energía de propulsión volviera a surgir. Esta perspectiva tuvo éxito sobre todo en algunos lugares de Estados Unidos como California, pero no fue suficiente para que se popularizara el uso del vehículo eléctrico, debido entre otras cosas, a el alto precio de sus componentes y la ausencia de centros de reposte.
Actualmente vivimos un segundo resurgimiento de los vehículos eléctricos, y esta vez parece que han resurgido para quedarse, ya que poco a poco van desplazando a los vehículos de combustión, y al parecer esta tendencia va en aumento. Además, el avance tecnológico desarrollado por las armadoras de vehículos eléctricos hace posible que las prestaciones ofrecidas por un vehículo eléctrico sean muy similares al de un vehículo de combustión, y en algunos caso, hasta mejores.